Lo esperado por el presidente Álvaro Uribe y su círculo, y lo más inesperado para el propio pueblo colombiano, se dio, al fin y al cabo: la ruptura de relaciones con la vecina República Bolivariana de Venezuela. El gobierno colombiano venía buscando el estropicio desde hace años, en franca contravía con la propia realidad comercial, cultural y de vecindad de dos países que tienen una frontera común de más de 2400 kilómetros.
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